La comunidad
«Las FRA no viven en comunidad; cada una reside donde su trabajo lo requiere; no obstante, deben sentirse unidas entre ellas por un vínculo de fraternidad profunda» (de los Estatutos).
Las FRA no viven en comunidad. Ellas viven en condiciones de vida comunes y corrientes, sin signos distintivos, compartiendo la suerte común de las personas de su ambiente, y el anhelo de un mundo que gime en la espera de “cielos nuevos y una tierra nueva”. La actividad de las FRA debe ser “el lugar” de su contemplación: ningún ámbito del compromiso humano está fuera de este llamado. Así, según la historia personal y de las disposiciones de cada una, el lugar de la contemporánea dedicación a Dios y a los hermanos puede ser la fábrica, la escuela, el Parlamento… En resumen, el mundo.
El Instituto Hijas de la Reina de los Apóstoles no tiene obras propias; las FRA, están inmersas en los más diversos ámbitos sociales y laborales y, por lo que de ellas depende, no hacen notar su consagración al Señor. Siguiendo el ejemplo de María, que no pone signos de distinción o de separación, sino que vive en condiciones normales de vida, las FRA comparten la suerte común de las mujeres y hombres de su tiempo.
No obstante que no tengan una comunidad residencial, las FRA viven entre ellas un vínculo de fraternidad profunda, según la intuición de la Fundadora, que quiso una “familia espiritual”, con toda la riqueza que ella comporta. Particularmente enérgico es su llamado a vivir una fraternidad intensa, aun cuando sus hijas estén dispersas en ambientes muy diversos. La fraternidad vivida en tales condiciones es, por tanto, un llamado, una tarea, pero es también un signo:
«al punto de transformarse casi en un signo externo de nuestros vínculos espirituales. (…) Cuanto más seamos fieles a tener nuestra celda en ese océano de amor que es el corazón de Jesús, tanto más sacaremos torrentes de amor para derramar sobre nuestras hermanas y les sabremos comprender a todas, aun a aquellas que puedan tener hábitos, mentalidad o hasta disposiciones espirituales distintas a las nuestras y a todas las apreciaremos y las compadeceremos ayudándolas en todas sus necesidades» (Elena da Persico, Cartas a la Comunidad, n. 1).
La comunidad FRA se estructura en “familias” que se encuentran en los sectores geográficos más cercanos. La denominación “familia” expresa ese sentido comunitario ya indicado, hecho de fraternidad, caridad, ayuda recíproca, de crecer juntas en la vocación común.
El Instituto sostiene a sus miembros en la vocación con encuentros de oración, de revisión, de profundización en jornadas de formación y durante una semana de vida fraterna al año. Estos tiempos son dones de gracia y de enriquecimiento mutuo –dada la diversidad de personalidades, de carismas, dones, profesiones– en el talante común de la espiritualidad FRA.