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El instituto FRA

«Les anuncio una gran alegría… nuestro humilde instituto ha recibido la aprobación de la Sagrada Congregación para los religiosos. Este es el segundo instituto que ha sido aprobado en Italia…».

 

Es la Navidad de 1947, Elena anticipa así a las FRA la emoción por el reconocimiento de la Iglesia: el Pío Sodalicio FRA, aprobado y erigido canónicamente por primera vez el 19 de marzo de 1931 por el obispo de Trento, mons. Celestino Endrici, pasa a ser el Instituto secular Hijas de la Reina de los Apóstoles.

La nueva forma de consagración al Señor en el mundo, en la práctica de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, es reconocida por Pío XII. Es un don del Espíritu para los nuevos tiempos que dará frutos en todo el mundo. Son dos los importantes documentos promulgados por Pío XII: la constitución apostólica Provida Mater (1947) y el decreto Primo Feliciter (1948), que reconocen y legitiman la forma de consagración secular, como un auténtico camino de consagración sin contradicción con la secularidad. El reconocimiento llegó luego del nacimiento de diversos institutos, entre los cuales el nuestro: gracias a ellos la Iglesia ha podido experimentar esta nueva forma de vida consagrada y proponerla a toda la comunidad eclesial.

 

Para Elena esta es la confirmación de la intuición espiritual que tuvo tantos años antes, y del camino de seguimiento fiel al Señor, esposo crucificado y resucitado. Por eso, junto al Magníficat puede cantar su Nunc dimittis.

En la fiesta de Pentecostés de 1948, el 16 de mayo, con las maestras de formación y las responsables de lo que ahora es el Instituto FRA renueva, en un clima de profunda conmoción, su consagración al Señor. Poco más de un mes después, el 28 de junio, consumida por el sufrimiento, concluye su vida terrena.

 

Los inicios

El reconocimiento de la Sagrada Congregación para los Religiosos (hoy Congregación para los religiosos y los Institutos Seculares) es el punto de llegada de un camino que tiene una de sus primeras etapas en 1926, cuando el patriarca de Venecia pide a Elena da Persico la documentación para enviar, a la Congregación para los Religiosos, el requerimiento de aprobación de la obra FRA.

Elena, sin dudarlo, vuelve a la inspiración que tuvo en 1910 durante un curso de Ejercicios y que comunicó en su momento a su padre espiritual don Carlo Zamparo en 1911.

Para ella el origen de las FRA está aquí:

 

«En 1910, durante un Curso de S. Ejercicios en clausura, en casa de las reverendas Hermanas Campostrini en Verona, se mostró con fuerza y claridad a la humilde suscrita un pensamiento sobre las muchas necesidades que tienen las almas, necesidades creadas por las disposiciones sociales modernas. Se le presentó al mismo tiempo la representación de una institución femenina que, apoyándose por una parte en una unión más íntima con Dios por los votos religiosos, diere al mismo tiempo a sus miembros la mayor libertad posible para llegar a las más diversas obras de apostolado conforme a las múltiples necesidades modernas. Por eso, la institución debía tener el título, correspondiente a su objetivo, de Filiae Reginae Apostolorum».

 

Hijas de la Reina de los apóstoles, FRA. Este es el nombre, que intuyó desde el principio.

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La fundación

En los escritos de Elena, referidos a los años de la fundación, emerge el sentido de la grandeza de Dios y de la propia pequeñez; el miedo a interpretar lo que considera la voz del Señor según su propia fantasía sin respetar totalmente su integridad; junto a un sentimiento de paz alimentado por la fe y que se hace espera confiada de las maravillas del Señor.

Elena habla de estos pensamientos -que al principio creyó que eran una simple fantasía- a su confesor: el rev. prof. Carlo Zamparo del seminario de Verona, quien le ordena no considerarlos una fantasía, sino, al contrario, recoger todas las ideas que le vinieren sobre el tema.

Así desde 1910 a 1913 ella va recogiendo, en el desorden en el que se le van presentando, varios aspectos de lo que debería ir regulando la vida de las FRA, y los entrega, en la medida que los pone por escrito, a don Zamparo, que fue el depositario. A propósito, Elena anota en su Diario: «No obstante éstos, él no quería que llegaran a la realización práctica hasta que la voluntad del Señor no fuera manifiesta, reteniéndolos tanto cuanto para que no se anticipara la gracia de Dios y se esperara Su hora».

 

Solo el 24 de octubre de 1917 don Zamparo le da el consentimiento tan esperado: podrá hablar de las FRA “a las almas que el Señor le envíe y que Él vea apropiadas”.

 

Hay un motivo permanente que merece ser subrayado: la consciencia siempre presente y expresada continuamente de ser “instrumento” para la realización de un proyecto que supera su persona y que pertenece a Dios. De hecho, escribe:

 

«Comprendí, como nunca antes, que solo Él es la Fuente de la santidad y que, así como puede sacar adoradores hasta desde las piedras, así también puede hacerme a mí, por miserable que sea, instrumento de cualquiera de sus designios…».

 

«Nunca he sentido tanto… que yo no hago nada, que nada viene de mí, que no soy más que una pecadora e instrumento de la obra del Señor».

 

«Así, es profundo en mí el sentimiento de que todo lo que escribo respecto a estas cosas no es cuestión mía, siento que si un día abrazase estas reglas me parecería que las he recibido de otras manos, como si hubieran sido escritas por otros».

 

Las FRA, que la conocieron y la tuvieron como formadora en su vocación, afirman que, de frente a los cuestionamientos y a los problemas vocacionales que le presentaban, Elena normalmente no daba una respuesta directa, sino que, confrontándolos con las Constituciones, buscaba en ellas las respuestas, convencida de que ella misma debía escuchar y aprender continuamente de lo que el Señor le había inspirado.

 

Elena expresará y vivirá también de esta manera, a propósito de la obra “de la cual el Señor quiere hacer la vida de mi vida”, la necesidad de “ponderarlo todo a los pies de Jesús”.

 

Este don del Espíritu había exigido a la Iglesia una nueva apertura, pero el camino para el reconocimiento de la “secularidad consagrada” necesitaba unos años más.

 

Todavía en el año 1939, cuando Elena, bajo la sugerencia de mons. Endrici, retoma el contacto con la Santa Sede, deberá explicar la peculiaridad de la vocación FRA defendiendo, de alguna manera, la posibilidad de vivir los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia en el mundo, según una modalidad distinta a la de las tradicionales congregaciones religiosas. Entre los problemas más delicados, en torno a los cuales le ponen más objeciones, está el relacionado con la pobreza.

En diciembre de 1939, en audiencia con el Papa Pío XII, Elena le entrega las Constituciones FRA recibiendo su bendición y un gran respaldo. Esta es también una etapa importante: en efecto sucesivas comunicaciones de la Secretaría de Estado reportarán a mons. Endrici la satisfacción del Papa por las Constituciones y pedirán datos generales de la obra e informaciones respecto a la fundadora.

 

La muerte de mons. Endrici (1940) y la segunda guerra mundial retardarán el proceso. Pero los tiempos para los Institutos Seculares ya están maduros.

 

Las primeras FRA

Elena visita directamente a las jóvenes mujeres que, en diversas zonas de Italia, piden formar parte del Instituto.

 

Se encuentra con sacerdotes para darles a conocer la vocación; acompaña personalmente, incluso a través de correspondencia, a todas las FRA dispersas en varias ciudades y localidades cuidando la formación; preside periódicamente los encuentros de pequeños grupos que se van formando continuamente y, debido a esto, tiene que hacer frente al cansancio por los frecuentes e incómodos viajes.

Totalmente libre de la preocupación de “hacer número” y del proselitismo, se esfuerza por valorar a la persona en constante referencia al ideal de vida que el Señor le ha inspirado.

 

Los primeros grupos de FRA nacen en Verona en torno a la Fundadora, en Venecia (1921), en Mantua (1923), en Trieste (1925). En junio de 1925 en Affi (Verona) en casa de la Fundadora se tiene por primera vez una semana residencial de “vida común” y de retiro: están presentes FRA veronesas, trevisanas, trentinas, mantuanas y triestinas.

 

Solo en el 1939, animada quizás también por la primera aprobación del Instituto, Elena da Persico inicia a poner por escrito algunas “lecciones”, como son los subsidios para la formación inicial. El número de las FRA, en el intertanto, ha aumentado notablemente y su dispersión hace ahora imposible a la Fundadora asegurar su presencia habitual en las reuniones de los grupos. La edad y su estado de salud le hacen muy difícil tanto viajar como trabajar. Por tanto, muchas de sus enseñanzas serán recogidas en cartas y escritos.

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¿Hoy?

Desde esos primeros años se ha recorrido un largo camino, tantas mujeres han llegado, han elegido la espiritualidad FRA y se han consagrado a Dios, permaneciendo en el mundo, en la historia de cada día, trabajando con otros sin distinción alguna, mezcladas entre la gente que cada día vive, goza, sufre por las caminos de la vida: en los hospitales, en las escuelas, en las fábricas, en las bibliotecas, en la universidad, en los estudios profesionales, en el sindicato, en las asociaciones, en la administración comunal, en la política… Hoy viven en Italia, en Francia, en Brasil y buscan cada día ser testimonio con pasión y alegría del Evangelio siguiendo al Señor Jesús donde sea que las llame.

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