Los Institutos Seculares
La reflexión eclesial y teológica sobre los Institutos Seculares y sobre su modo de estar en el mundo y en la Iglesia tiene una historia más bien reciente. El hecho más significativo al respecto es el Concilio Vaticano II. Todas las experiencias que se desataron a lo largo de la primera mitad del siglo XIX, como la experiencia de las FRA, de algún modo “prepararon” la reflexión sobre los laicos que tendrá, en el Concilio Vaticano II, un espacio y un desarrollo importante. Baste pensar en documentos como Lumen Gentium, Gaudium et Spes, Apostolicam Actuositatem, por citar los más ricos y conocidos. Desde el Concilio Vaticano II estas “fundaciones”, que ya de por sí representaban una novedad en la Iglesia, recibirán nuevos bríos y serán profundamente renovadas: los fundadores, en cierto sentido, habían preparado el camino y ahora el camino iniciado era nuevamente reavivado, renovado y potenciado.
La novedad de una consagración secular
La consagración secular es una vocación reconocida solo hace unos pocos decenios en la Iglesia y requiere ser comprendida en su peculiaridad. A este propósito son preciosas las palabras de Pablo VI, quien lúcidamente captó y explicitó la novedad de tal forma de vida cristiana, definiéndola “laboratorio experimental” y “ala avanzada”, en los que la Iglesia verifica las modalidades concretas de su relación con el mundo.
Se lee en un discurso suyo de 1972 a los responsables de los Institutos Seculares:
«Ustedes están en una misteriosa confluencia entre dos poderosas corrientes de la vida cristiana, recogiendo las riquezas de una y de otra. Ustedes son laicos, consagrados como tales por los sacramentos del bautismo y la confirmación, pero han elegido acentuar su consagración a Dios con la profesión de los consejos evangélicos, asumidos como obligación con un vínculo estable y reconocido. Permanecen como laicos, comprometidos con los valores seculares propios y peculiares del laicado…, pero la de ustedes es una “secularidad consagrada” … ustedes son “consagrados seculares” …
Aunque son “seculares”, su posición, en cierto modo, se diferencia de la de los simples laicos, en cuanto ustedes están comprometidos con los mismos valores del mundo, pero como consagrados: es decir, no tanto para afirmar el intrínseco valor de las cosas humanas en sí, sino para orientarlas explícitamente según las bienaventuranzas evangélicas; por otra parte, ustedes no son religiosos, pero en cierto modo la elección que han hecho coincide con la de los religiosos, porque la consagración que han hecho los pone en el mundo como testimonios de la supremacía de los valores espirituales y escatológicos, es decir, del carácter absoluto de la caridad cristiana, la cual cuanto más grande es, tanto más hace aparecer la relatividad de los valores del mundo, mientras que al mismo tiempo, les ayuda a un actuar recto de parte de ustedes y de los otros hermanos.
Ninguno de los dos aspectos de su fisonomía espiritual puede ser sobrevalorado en desmedro del otro. Ambos son coesenciales.
“Secularidad” indica la inserción en el mundo…
“Consagración” indica, en cambio, la íntima y secreta estructura que sostiene el ser y el actuar de ustedes».
A la luz de esta novedad, adquieren particular significado los consejos evangélicos que, practicados en la secularidad se transforman en un lenguaje privilegiado para testimoniar el Evangelio. En la continuación del mismo discurso a los miembros de los Institutos Seculares, el Pontífice iluminaba, con particular sabiduría, el significado de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia vividos en la secularidad:
«Su pobreza dice al mundo que se puede vivir entre los bienes temporales y se pueden usar los bienes de la civilización y del progreso, sin hacerse esclavo de ninguno de ellos; su castidad dice al mundo que se puede amar de la manera desinteresada e inagotable que brota del corazón de Dios, y que es posible dedicarse alegremente a todos sin atarse a ninguno, cuidando sobre todo de los más abandonados; su obediencia dice al mundo que se puede ser feliz sin quedarse en una cómoda elección personal, sino permaneciendo plenamente disponibles a la voluntad de Dios, como se manifiesta en la vida cotidiana, en los signos de los tiempos y en las exigencias de salvación del mundo de hoy».
​
Testimonios valientes y coherentes de verdadera santidad
También Juan Pablo II tuvo palabras firmes y alentadoras, particularmente con ocasión del 50° aniversario de la Provida Mater, con un discurso comprometido en el que invitó a los consagrados en la secularidad a ser “Testimonios valientes y coherentes de verdadera santidad”.
«Los miembros de los Institutos Seculares son, en la historia, signos de una Iglesia amiga de los hombres, capaz de ofrecer consolación para toda clase de aflicción, lista para sostener todo verdadero progreso en la convivencia humana, pero es también intransigente contra toda elección de muerte, de violencia, de mentira y de injusticia. Ellos son, también, signo y memoria para los cristianos del deber de cuidar, en el nombre de Dios, de la creación que permanece como objeto de amor y de la complacencia de su Creador, aunque esté marcada por la contradicción de la rebelión y del pecado, y necesitada de ser liberada de la corrupción y de la muerte».
«La Iglesia hoy espera hombres y mujeres que sean capaces de un renovado testimonio del Evangelio y de sus exigencias radicales, permaneciendo en las condiciones existenciales de gran parte de las creaturas humanas. Y también el mundo, a menudo sin tener consciencia, desea el encuentro con la verdad del Evangelio para un progreso verdadero e integral de la humanidad, según el plan de Dios».
Por esto, recuerda Juan Pablo II, «Los miembros de los Institutos Seculares están por vocación y misión en la encrucijada entre la iniciativa de Dios y la espera de la creación: la iniciativa de Dios que llevan al mundo por medio del amor y la íntima unión con Cristo; la espera de la creación, que comparten en la condición cotidiana y secular de sus semejantes, encargándose de las contradicciones y de las esperanzas de cada ser humano, sobre todo de los más débiles y sufrientes.
La Iglesia, por tanto, espera mucho de los Institutos Seculares y de su testimonio en la historia. Como recordó también Benedicto XVI a los miembros de los Institutos Seculares en el 60° aniversario de la Provida Mater:
«El camino de la santificación está delineado con claridad: la adhesión oblativa al plan salvífico manifestado en la Palabra revelada, la solidaridad con la historia, la búsqueda de la voluntad del Señor inscrita en los acontecimientos humanos gobernados por su providencia. Y al mismo tiempo se individualiza el carácter de la misión secular: el testimonio de las virtudes humanas, como son ‘la justicia, la paz, la alegría’ (Rom 14, 17), ‘las bellas obras’ de las que habla Pedro en su primera carta (cf. 2, 12) haciéndose eco de la palabra del Maestro: ‘Brille así su luz delante de los hombres, para que vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre que está en los cielos’ (Mt 5, 16). Hace además parte de la misión secular el compromiso por la construcción de una sociedad que reconozca en varios ámbitos la dignidad de la persona y los valores irrenunciables para su plena realización: desde la política a la economía, de la educación al compromiso con la salud pública, de la gestión de los servicios a la investigación científica. Cada realidad propia y específica vivida por el cristiano, el propio trabajo y los propios intereses concretos, aun conservando su relativa consistencia, encuentran su fin último en el ser abrazados por el mismo objetivo por el cual el Hijo de Dios entró en el mundo. Siéntanse, por tanto, llamados a causa de cada dolor, de cada injusticia, así como de cada búsqueda de verdad, de belleza y de bondad, no porque tengan la solución a todos los problemas, sino porque cada circunstancia en la que el hombre vive y muere constituye para ustedes la ocasión para testimoniar la obra salvadora de Dios. Esta es su misión. Su consagración hace evidente, por un lado, la particular gracia que les viene por el Espíritu para la realización de la vocación, por otro lado, los compromete a una total docilidad de la mente, del corazón y de la voluntad al proyecto de Dios Padre revelado en Cristo Jesús, a cuyo seguimiento han sido llamados».
El Papa Francisco, en el 2014, nos ha indicado un camino y nos ha dado preciosas sugerencias para nuestra vida:
«Les deseo que conserven siempre esta actitud de ir más allá, no solo más allá, sino más allá y en medio de, allí donde se juega todo: la política, la economía, la educación, la familia… ¡allí! Quizás, es posible que les venga la tentación de pensar: “Pero ¿qué puedo hacer yo?”. Cuando viene esta tentación recuerden que el Señor nos ha hablado de la semilla del grano. Y su vida es como la semilla del grano… allí; es como levadura… allí. Es hacer todo lo posible para que el Reino venga, crezca, sea grande y que también albergue a tanta gente, como el árbol de mostaza. Piensen en esto. Pequeña vida, pequeño gesto; vida normal, pero levadura, semilla, que hace crecer. Y esto los consolará. Los resultados de este balance acerca del Reino de Dios no se ven. Solo el Señor nos permite percibir algo».
Y en otra ocasión en el 2017 nos ha delineado un camino espiritual hermoso e intenso:
«Quisiera, finalmente, sugerirles algunas disposiciones espirituales que les pueden ayudar en este camino y que se pueden sintetizar en cinco verbos: orar, discernir, compartir, fortalecer, simpatizar.
Orar para estar unidos a Dios, cercanos a su corazón. Escuchar su voz ante cada advenimiento de la vida, viviendo una existencia luminosa que toma de la mano el Evangelio y lo toma en serio.
Discernir es saber distinguir las cosas esenciales de aquellas accesorias; es afinar la sabiduría, que se debe cultivar día a día, y que permite ver cuáles son las responsabilidades que necesitamos asumir y cuáles son las tareas prioritarias. Se trata de un proceso personal pero también comunitario, por lo que no basta el puro esfuerzo individual.
Compartir la suerte de cada hombre y mujer: aunque los acontecimientos del mundo sean trágicos y oscuros, no abandono la suerte del mundo, porque lo amo, como y con Jesús, hasta el fin.
Fortalecer: con la gracia de Cristo no perder jamás la confianza, que sabe ver el bien en cada cosa. Es también una invitación que recibimos en cada celebración eucarística: «levantemos el corazón».
Simpatizar con el mundo y con la gente. Aun cuando hagan de todo para hacérnosla perder, estar animados por la simpatía que nos viene del Espíritu de Cristo, que nos hace libres y apasionados, nos hace “estar dentro” como la sal y la levadura».
Conscientes de todo esto, también las FRA se comprometen con alegría a ser sal y levadura en la vida de todos los días, junto a los hombres y a las mujeres con quienes se encuentran y con los cuales comparten un trecho del camino.